Hace cinco meses, eliminé todas mis cuentas sociales. No para aislarme. Para volver a oír mi propia voz.
Antes, cada pensamiento terminaba con una pregunta: “¿Esto gustará?” No “¿Es cierto?”, ni “¿Merece ser dicho?” — sino “¿Esto gustará?”
Aprender una lengua no es acumular palabras. Es aprender a decir lo que sientes — incluso cuando nadie escucha.
Sin la necesidad de validación, volví a escribir como hablo:
- con pausas,
- con dudas,
- con frases que no terminan,
- con palabras que se corrigen solas.
Hoy, cuando escribo “buonasera” a las 15:00, no lo justifico. Sé que es verdad — porque lo siento. Y esto — más que cualquier regla — es lo que hace que el italiano sea mío.
No necesitas un seguidor para ser comprendido. Solo necesitas el coraje de hablar como vives.